martes, 1 de abril de 2014

Patricio Valdés Marín


La Conquista de América fue la continuación de la larga Reconquista de España de manos de los moros por parte de Castilla. Esta tomó 770 años, desde la batalla de Covadonga, en 722, hasta la rendición de Granada, en 1492, fecha que coincidió con el descubrimiento de América. No solo quedaron disponibles los militares empleados en esta guerra para las futuras aventuras hispánicas tanto en Europa como en el Nuevo Mundo, sino que la larga gesta implantó en la mentalidad de los castellanos de la época la cultura hidalga, guerrera y conquistadora. La importancia civilizadora de la Conquista fue incorporar todo un continente a la cultura occidental, que en el mejor caso, en algunos contados lugares, había alcanzado el neolítico.

Los conquistadores no vinieron a América para confraternizar con los indígenas. La misma Pax Castellana que aprendieron durante la larga Reconquista la impusieron al Nuevo Mundo a sangre y fuego. Ésta significó la apropiación de bienes, tesoros y todas las tierras para la corona y los conquistadores, la subyugación de los amerindios, y la imposición de la ley real y la fe católica que era requerida para el reconocimiento del derecho divino de la autoridad real y que era reforzada inculcando un gran temor al Infierno. Los esfuerzos de los misioneros de las diversas órdenes religiosas para cristianizar a los indígenas y poner límites a la voracidad de los conquistadores instalaron una nota humanitaria al aliviar la ominosa situación de aquellos infelices pueblos, pero también la acción misionera se esmeró en destruir sus culturas nativas.

Los hidalgos castellanos habían absorbido la ideología del Renacimiento español, en boga, con su énfasis en el humanismo y el valor de la persona en su relación con la sociedad y el rey. Por cierto, también eran herederos del medioevo, cuando la persona se relacionaba con Dios y Satanás, acatando al primero y rechazando al segundo. La fuerza que impulsó a puñados de conquistadores a viajar a lejanos mundos, vencer enormes dificultades e imponer su propia voluntad sobre los pueblos indígenas no solo fue la expansión del Imperio y la apropiación de riquezas, sino que también incrementar la gloria personal. El elemento ordenador del imperio fue aquella tan intangible como omnipresente idea del “honor”. Honor significa autorrespeto, conciencia íntegra, compromiso, lealtad, valorizar la palabra empeñada. La conquista y el orden jurídico que se estableció se erigían en el honor de los conquistadores y la autoridad del rey.

La “cantidad” de honor era proporcional a la dignidad de la persona, pero esta calidad no era un valor igualitario. Ciertamente, la deshonra hacía que una persona se volviera indigna y se la apartara de la sociedad, pero en verdad la cuna diferenciaba la dignidad, siendo muy digno quien nacía en una hidalga cuna y poco digno quien nacía en una indígena cuna. En Hispanoamérica el origen racial simplificó en gran medida esta distinción entre patricios y plebeyos cuando se clasificaron a los individuos entre blancos, mestizos, indios, zambos, negros y sus subdivisiones. También una persona podía aumentar su dignidad por investidura. Un maese de campo era ciertamente más digno que un soldado raso, o un encomendero que su caporal. Una persona digna poseía numerosos privilegios que quien no lo era. Para contrastar este valor, baste comparar lo que se entiende por dignidad en EE.UU. Idealmente, allí todas las personas son igualmente dignas por el hecho de ser iguales ante la ley y poseer los mismos derechos, pues todos nacen iguales. El respeto que merecen todos los demás en sus derechos hace prácticamente innecesario el honor. En Chile actual el honor está perdiendo rápidamente su lustre frente a la necesidad de mantener la dignidad o status social en el competitivo mercado. Ya no existe la base de la propiedad sobre el latifundio para sostener realísticamente una dignidad. En su lugar ha aparecido el neoliberalismo y su despiadada explotación de las clases bajas. La aberración es que se pretende sostener los privilegios de clase en una república que intenta ser demócrata.

La Pax Castellana contenía una jurisprudencia que significaba que el rey podía otorgar mercedes de tierra del territorio apropiado en su nombre al conquistador que lo ameritaba y sobrevivía. Esta merced podía ser dejada en herencia únicamente a vástagos que tuvieran por ambos progenitores a católicos viejos, aquellos que podían atestiguar que sus antepasados habían sido católicos hasta la quinta generación. Esta disposición, que se dictó en 1492 para evitar que moros y judíos pudieran obtener prebendas reales, se hizo extensiva a los conquistadores de América. Los conquistadores se apresuraron a casarse con españolas para que sus vástagos pudieran garantizar la perpetuación de la gloria obtenida por ellos. Así se configuró una sociedad de dos clases étnicamente distintas: la blanca, propietaria y dominante, y la india y mestiza, servil y sometida. El régimen de trabajos forzados, que representaba la institución de la encomienda a partir de la idea de utilizar provechosamente a los enemigos derrotados, fue naturalmente contraria para la mentalidad indígena y para la concepción de que los indios devenían en súbditos del rey mediante el bautismo. En cambio, el régimen de hacienda fue bienvenida, ya que no hizo más que reemplazar al cacique por un patrón para una cultura centrada en la comunidad tribal. Aunque esta vez, el patrón era el propietario de la tierra, la que era heredable por su progenie legítima, y obtenía las utilidades.

Pedro de Valdivia y sus 152 compañeros conquistadores fundaron Chile y esta fundación significó precisamente implantar la Pax Castellana en este lejano reino del imperio español. Según las milenarias leyes de la guerra que conocían, una conquista se lograba venciendo a sus oponentes en batalla, pues era el único camino para obtener los derechos de posesión sobre vidas y haciendas. La victoria legitimaba la apropiación del territorio y el sometimiento del enemigo a la servidumbre por las generaciones venideras. La cultura guerrera castellana en arte, disciplina, tácticas y armamentos no tenía rival en los atrasados indígenas, exceptuando los belicosos araucanos, como duramente experimentaron al poco tiempo Valdivia, sus compañeros y quienes vinieron posteriormente.

La conquista de Chile fue muy exitosa desde el punto de vista de la adaptación de los castellanos a un medio foráneo. Aunque su tierra no contenía minerales valiosos, su clima mediterráneo permitió un acomodo afable, como escribió Alonso Ovalle. Ante la imposibilidad de encontrar el Dorado, los encomenderos devinieron en hacendados. La tecnología europea favoreció la implantación de la hacienda. Las artes y oficios europeos de herreros, carpinteros, alfareros, talabarteros, cesteros, hilanderos, etc., junto con implementos como la rueda, el arado, la pala, la hoz, y con los cultivos mediterráneos que complementaron al de los indígenas y las especies de animales domésticos importados permitieron tan completa autonomía que las haciendas se transformaron en unidades productivas autárquicas, similares a las misiones jesuíticas, pero con total sometimiento al rey primero y después a la república. Aún en la década de 1940 fue posible conocer estas antiguas haciendas, antes de que la mecanización las hiciera inviables y terminaran por desaparecer tras la Reforma Agraria. Con ellas se fue también la clase terrateniente y latifundista dominante, heredera directa de los Conquistadores.

En Chile, de los siglos XVI al XVIII, los europeos y descendientes fueron casi todos militares, y aquellos que sobrevivieron a la larga y sangrienta Guerra de Arauco conformaron la elite social. Después de más de un par de décadas de servicio meritorio, la mayor parte alcanzó altos grados militares y recibieron en premio mercedes de tierras de amplia superficie, pasando a formar la clase terrateniente y dominante del país. La vida política y económica era exclusiva de hombres de raza blanca. Hay que imaginar un duro militar de 40 años, fogueado en la guerra desde que tenía 18, dejar posiblemente un reguero de mestizos en la frontera, llegar a Santiago, casarse solemnemente con una jovencita de la élite social, partir a su remota y yerma hacienda, organizar a los indígenas y mestizos que vivían allí para a laborar y producir, y con su esposa engendrar una docena de hijos, muchos de los cuales emprendían la vida religiosa o militar. La institución del matrimonio fue muy importante para consolidar la clase patronal y formar linajes. A su vez, la jovencita que emprendía una dura vida llena de responsabilidades se convertía en un par de décadas, si no moría de parto, en una poderosa viuda, al estilo de una reina madre, y que sirvió de modelo para el autoritarismo propio de las damas chilenas de generaciones posteriores.

EPÍLOGO

Este sistema social de dominio de cobrizos por blancos es en la actualidad un obstáculo para la plena vigencia de un régimen republicano y democrático, que es un ideal político a partir del siglo XX. La resiliencia de esta división social es muy grande, ya que perdura incluso en plena democracia republicana y tras la incorporación a la dividida sociedad según su clase, es decir, según el color de su piel, de inmigrantes venidos mucho más tarde y fuera de Castilla. Ni constituciones que proclaman la igualdad social ni los permanentes esfuerzos por ofrecer iguales derechos y oportunidades han logrado borrar la omnipresente línea divisoria. También ha contribuido a ello el Golpe de 1973, que se ejecutó de forma similar a como se reprimían los alzamientos indígenas del pasado.

Aunque en Chile, en las últimas décadas, ha habido en el sentido de una mayor igualdad social un avance significativo, pero todavía falta mucho. Todavía el clasismo es un obstáculo para la movilidad social. El golpe de Estado de 1973 entronizó una dictadura que perduró por 17 años. Ésta tuvo como su base social la clase blanca chilena. Para perpetuar el poder político y económico y preservar los privilegios y los intereses de esta clase la dictadura erigió dos poderosos bastiones: el autoritarismo antidemocrático y el neoliberalismo de Friedman.

La Concertación (de partidos políticos de centro y de izquierda) surgió con el término de la dictadura como una fuerza política para intentar desmantelar el primer bastión, para lo cual debió aceptar la existencia del segundo bastión mediante un pacto político. Ella siempre tuvo en UDI-RN (los dos partidos políticos de la derecha), heredero político natural de la dictadura, una férrea oposición a toda iniciativa concertacionista en este empeño, pero algo logró en democratizar la Constitución y la práctica política, sobre todo en materia de DD HH. La crisis actual (2011) proviene del hastío en la ciudadanía que produce el orden económico del segundo bastión, con su enorme inequidad económica, exclusión social, abuso laboral, usura financiera, indefensión política y avasallamiento de clase. La Concertación, que hizo el pacto de no tocar el segundo bastión, no es vista por la mayoría de la ciudadanía con la capacidad para liderar un movimiento político que logre superar la actual crisis que pasa por el desmantelamiento precisamente de este segundo bastión. Así entendido, se puede concluir que el país deberá sufrir la confrontación y las penurias por un largo tiempo.

Santiago de Chile, 5 de Septiembre de 2011


Blogs antropológicos del autor
El carácter del pueblo originario de Bolivia y el futuro de país. Abril de 2003, http://antroponcaracter.blogspot.com .
La actual crisis económica global en perspectiva. Marzo de 2009, http://antroponcrisis.blogspot.com.
La fundación de Chile. Septiembre de 2011, http://antroponfundachile.blogspot.com.
Los OVNIS no son naves ni son extraterrestres. Abril de 2012, http://antroponovni.blogspot.com.
Una historia incómoda. Noviembre de 2013, http://antroponhistoriaincomoda.blogspot.com
Facebook y la paranoia colectiva. Diciembre de 2013, http://antroponfacebook.blogspot.com.
La irrupción de la clase media tecno. Abril de 2014, http://antropontecno.blogspot.com
Enlace para los libros de filosofía del autor: http://unihum0.blogspot.com